Esta historia comienza como casi todas las cosas, con una gran explosión.
Hubo un tiempo en donde toda la materia del universo se concentraba en un punto que al calentarse colapsó, dando paso al amanecer cósmico. Así es como se dividió la nada, y de la nada se crearon mundos que a la fecha siguen esperando ser descubiertos, mientras se expanden infinitamente.
Nací el 21 de diciembre de 1989, el mismo día que el asteroide gigante explotó; desde entonces la tierra ha sido golpeada por fragmentos luminosos de rocas provenientes de la explosión. Por casi tres décadas, grupos de científicos han intentado recopilar los pedazos para estudiarlos y de esta manera conseguir la locación del asteroide.
En cuanto a mí, he de confesar que nunca quise corromper la realidad de la que pocas veces me he sentido parte, pero toda mi vida he tenido una sensación de extrañeza respecto a lo «real», una sensación de estar separada, lejos, a destiempo, fuera del propio espacio. He experimentado mi paso por el mundo como si fuera irreal, como si estuviera envuelta en un sueño. Si bien, conocemos el mundo a través de la experiencia, qué sucede con aquellos estímulos sensoriales que captamos y no pasan por un proceso puramente cognitivo, ¿cómo darle coherencia a esas percepciones?, cómo no concebirme loca al ver que una puerta se deshace ante mis ojos, que las paredes de mi habitación se hinchan y escurren. En exteriores, veo cómo se diluye la vegetación de un bosque tornándose en rocas encendidas como el fuego, y al posar mis plantas descalzas en ellas me penetran, y rayos recorren mi piel. Imágenes borrosas construyen una visión dantesca a mi alrededor, la cual invariablemente culmina en árboles con rostros humanos envueltos en ayes de dolor, cada partícula de mi cuerpo se desvanece ante esta recurrente ensoñación, dejándome completamente desolada muy confundida y con una necesidad incontenible de respuestas.
¿Formar parte de este mundo y de otro?, ¿eso sería cercanamente posible?, no lo supe en ese momento. Los que me rodeaban me percibían distinta a ellos y eso me hacía sentir terriblemente mal, excluida y sin derecho a opinar porque no tenía un discurso «interesante», ni siquiera coherente, todo lo que pasaba por mi cabeza eran ideas demenciales, decían. Mis gustos musicales o literarios muy atrevidos, la idea de ganarme la vida por la vía del arte, ¡imposible! y en mi búsqueda de pertenencia me alejé de mí. Por años, intenté abandonar la idea de que para encontrar mundos que orbitan estrellas distantes era necesaria la exploración de otros espacios. Quise encajar, entrar en el estrecho molde, hasta quise cambiar las curvas de mi cuerpo para poder bailar. Los que me querían me recomendaban constantemente «dejar de sentir tanto». Fue imposible, mis anhelos eran diametralmente opuestos.
Yo quería sentir el universo, contemplarlo, gritarles que las diferencias unen y no separan, quería hacer fuerte mi piel y no para endurecerla, sino para sentir más.
Hace algunos años decidí ser yo sin restricciones, habitar mis huesos sin juicios. Me lancé en búsqueda de otros mundos y por alguna razón no tenía miedo, deseaba con ansias llegar al lugar de la explosión del asteroide.
Empecé viajando a través de meditaciones nocturnas, no fue difícil conectar con el abstracto, pues mientras más me conocía más me compartía. Entregándome, pude sentir la divinidad del universo en los ríos que recorren mi cuerpo, todo el amor y la perfección bañando cada centímetro de mi piel, lo uno siendo al mismo tiempo lo múltiple. Gala, mi gata, observaba con sus ojos traslúcidos y misteriosos todo el proceso y cada noche, durante 996 noches, sus maullidos se transformaron en cánticos ancestrales que guiaron nuestro viaje. Al parecer, ella ya conocía el camino hacia donde nos dirigíamos.
Orden y desorden en el universo trabajan juntos para su organización, y así, después de reconocerme caóticamente en un lugar y en otro simultáneamente pude entender que esta travesía, únicamente la hacía con la intención de ir hacia adentro, hacia mi interior. Me enfrenté a mí misma, desintegrándome, siendo flujo y obstáculo a la vez, creando remolinos de tiempo que concluyeron hoy a las 00:00 horas con el descubrimiento de una montaña de pura emoción y carne ubicada en el cinturón asteroidal. Con certeza pude confirmar la existencia de la imponente cima y mi propia existencia perfecta e imperfecta, también.
La posición del sol con respecto a NAZA, nombre que le otorgué, no permitió a los científicos observar desde la tierra los colores tornasol que destellan de sus faldas, sin embargo, confiando en mi intuición y dejándome guiar por Gala, pudimos llegar hasta el centro de la cumbre. Allí, supe que había vuelto a casa; las ensoñaciones cobraron sentido. Fui testigo de la gran explosión que acabó con los habitantes de aquél planeta, lo único que quedó de él fuimos la montaña y yo. Tomé con mis manos la sustancia cósmica de la que está hecha, y entre mis dedos escurrió la finísima arena brillante que me nutre desde el día en que nací. La dialéctica pura del universo ante mis ojos, muerte y nacimiento convergen en un tiempo sin tiempo. Yo, aún ignoro el significado de mi estancia en la tierra, o cómo es que llegué, lo que sí sé, es que debo volver para averiguarlo, para aprender, para seguir explorando, para compartir información, sonidos, orgasmos, olores, creencias, dogmas, experiencias sensoriales, místicas, mentales, físicas, emocionales, para dar, para confiar, para bailar, para enamorarme de mí, de ti, de la existencia.
Esta historia comienza como casi todas las cosas, con una gran explosión.
Hubo un tiempo en donde toda la materia del universo se concentraba en un punto que al calentarse colapsó, dando paso al amanecer cósmico. Así es como se dividió la nada, y de la nada se crearon mundos que a la fecha siguen esperando ser descubiertos, mientras se expanden infinitamente.
Nací el 21 de diciembre de 1989, el mismo día que el asteroide gigante explotó; desde entonces la tierra ha sido golpeada por fragmentos luminosos de rocas provenientes de la explosión. Por casi tres décadas, grupos de científicos han intentado recopilar los pedazos para estudiarlos y de esta manera conseguir la locación del asteroide.
En cuanto a mí, he de confesar que nunca quise corromper la realidad de la que pocas veces me he sentido parte, pero toda mi vida he tenido una sensación de extrañeza respecto a lo «real», una sensación de estar separada, lejos, a destiempo, fuera del propio espacio. He experimentado mi paso por el mundo como si fuera irreal, como si estuviera envuelta en un sueño. Si bien, conocemos el mundo a través de la experiencia, qué sucede con aquellos estímulos sensoriales que captamos y no pasan por un proceso puramente cognitivo, ¿cómo darle coherencia a esas percepciones?, cómo no concebirme loca al ver que una puerta se deshace ante mis ojos, que las paredes de mi habitación se hinchan y escurren. En exteriores, veo cómo se diluye la vegetación de un bosque tornándose en rocas encendidas como el fuego, y al posar mis plantas descalzas en ellas me penetran, y rayos recorren mi piel. Imágenes borrosas construyen una visión dantesca a mi alrededor, la cual invariablemente culmina en árboles con rostros humanos envueltos en ayes de dolor, cada partícula de mi cuerpo se desvanece ante esta recurrente ensoñación, dejándome completamente desolada muy confundida y con una necesidad incontenible de respuestas.
¿Formar parte de este mundo y de otro?, ¿eso sería cercanamente posible?, no lo supe en ese momento. Los que me rodeaban me percibían distinta a ellos y eso me hacía sentir terriblemente mal, excluida y sin derecho a opinar porque no tenía un discurso «interesante», ni siquiera coherente, todo lo que pasaba por mi cabeza eran ideas demenciales, decían. Mis gustos musicales o literarios muy atrevidos, la idea de ganarme la vida por la vía del arte, ¡imposible! y en mi búsqueda de pertenencia me alejé de mí. Por años, intenté abandonar la idea de que para encontrar mundos que orbitan estrellas distantes era necesaria la exploración de otros espacios. Quise encajar, entrar en el estrecho molde, hasta quise cambiar las curvas de mi cuerpo para poder bailar. Los que me querían me recomendaban constantemente «dejar de sentir tanto». Fue imposible, mis anhelos eran diametralmente opuestos.
Yo quería sentir el universo, contemplarlo, gritarles que las diferencias unen y no separan, quería hacer fuerte mi piel y no para endurecerla, sino para sentir más.
Hace algunos años decidí ser yo sin restricciones, habitar mis huesos sin juicios. Me lancé en búsqueda de otros mundos y por alguna razón no tenía miedo, deseaba con ansias llegar al lugar de la explosión del asteroide.
Empecé viajando a través de meditaciones nocturnas, no fue difícil conectar con el abstracto, pues mientras más me conocía más me compartía. Entregándome, pude sentir la divinidad del universo en los ríos que recorren mi cuerpo, todo el amor y la perfección bañando cada centímetro de mi piel, lo uno siendo al mismo tiempo lo múltiple. Gala, mi gata, observaba con sus ojos traslúcidos y misteriosos todo el proceso y cada noche, durante 996 noches, sus maullidos se transformaron en cánticos ancestrales que guiaron nuestro viaje. Al parecer, ella ya conocía el camino hacia donde nos dirigíamos.
Orden y desorden en el universo trabajan juntos para su organización, y así, después de reconocerme caóticamente en un lugar y en otro simultáneamente pude entender que esta travesía, únicamente la hacía con la intención de ir hacia adentro, hacia mi interior. Me enfrenté a mí misma, desintegrándome, siendo flujo y obstáculo a la vez, creando remolinos de tiempo que concluyeron hoy a las 00:00 horas con el descubrimiento de una montaña de pura emoción y carne ubicada en el cinturón asteroidal. Con certeza pude confirmar la existencia de la imponente cima y mi propia existencia perfecta e imperfecta, también.
La posición del sol con respecto a NAZA, nombre que le otorgué, no permitió a los científicos observar desde la tierra los colores tornasol que destellan de sus faldas, sin embargo, confiando en mi intuición y dejándome guiar por Gala, pudimos llegar hasta el centro de la cumbre. Allí, supe que había vuelto a casa; las ensoñaciones cobraron sentido. Fui testigo de la gran explosión que acabó con los habitantes de aquél planeta, lo único que quedó de él fuimos la montaña y yo. Tomé con mis manos la sustancia cósmica de la que está hecha, y entre mis dedos escurrió la finísima arena brillante que me nutre desde el día en que nací. La dialéctica pura del universo ante mis ojos, muerte y nacimiento convergen en un tiempo sin tiempo. Yo, aún ignoro el significado de mi estancia en la tierra, o cómo es que llegué, lo que sí sé, es que debo volver para averiguarlo, para aprender, para seguir explorando, para compartir información, sonidos, orgasmos, olores, creencias, dogmas, experiencias sensoriales, místicas, mentales, físicas, emocionales, para dar, para confiar, para bailar, para enamorarme de mí, de ti, de la existencia.
© 2021 Naza Gómez | Todos los derechos reservados
nazalyoram@gmail.com
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nazalyoram@gmail.com