Con fines represivos, la Asociación Biogenética de la Orquídea Violeta, implementa procedimientos experimentales a los habitantes de una sociedad distópica.
Salí muy confundido. Mi cabeza estaba a punto de estallar, me dolían los brazos y la espalda, el escalofrío recorría cada ángulo de mi cuerpo. La respiración acelerada y por momentos suspendida. Toda inhalación intentando perforar mi pecho: asfixia. Los labios sellados por la sal. Tenía sed y al mismo tiempo quería hablar aunque difícilmente hubiera podido articular una palabra, no recordaba cómo hacerlo.
La luz de la mañana lastimaba mis ojos, quise enfocar la mirada y tras varios intentos pude ver aquella lúgubre escena:
Las calles estaban envueltas en púrpura violenta, paredes llenas de propaganda, hombres con uniformes escarlata armados hasta los huesos, reprendiendo a cualquiera que tuviera la osadía de cruzar frente a ellos.
Mares de personas caminando sin mirar al frente; encorvados, malolientes, todos con un extraño sarpullido en las mejillas, con la boca rota por el escorbuto y la mirada pintada de amarillo. Ojos hepáticos, vacíos, como si les hubiesen robado el alma.
A lo lejos, hacia el final de la calle, se veían dos camiones. Eran de la resistencia. Por instinto, apresurado me acerqué. El hedor a muerte cada vez más intenso invadía el aire que se respiraba. Me parecía muy familiar. El olor era embriagantemente ácido y dulce a la vez. Me asomé por una ventana calcinada y vi dos enormes montañas de cenizas, huesos hechos polvo.
De inmediato me hice a un lado, me froté los ojos y miré hacia arriba. El cielo expectante, inmensamente gris. Unos metros al sur se veía venir una gran nube negra, caería una tormenta.
Seguí deambulando entre el ejército de caminantes y al tropezar con una coladera, una ráfaga de recuerdos vino a mi mente.
...
Temblando, desperté tendido en el piso húmedo. El frío penetraba mi piel, me atravesaba como cientos de cuchillos partiéndome en pedazos. No había electricidad, pero del techo a través de una grieta entraba un poco de luz de luna y suavemente descansaba en mi rostro intentando acariciarme. Giré sobre el piso y en posición fetal miré por varios segundos hacia la pared.
En la esquina de la sofocante caja negra en la que me encontraba había una coladera, me di cuenta porque de ella salían dos hilos de humo, gas violeta.
Volví a girar y me incorporé de a poco, al hacerlo, escuché unos golpes en la pared.
– Hola, ¿hay alguien ahí?
Una voz ronca, melódica, sorprendentemente tranquilizadora.
– ¿Hola?
– Acabas de llegar. Te escuché gritar toda la noche, pensé que no despertarías, muchos no lo hacen... La primera paliza es la más fuerte de todas, ¿de qué sección eres?
… Contigo se extendieron, seguro no quisiste decirles nada. Los próximos días orinarás sangre, no te asustes, es por los golpes, ¿cómo te llamas?
– Emilio, ¿tú?
– Rosario, soy de la 03. Llevo ya unas semanas encerrada. No sé si aguante tanto. No lo digo por los golpes, es mi gente, ellos me están esperando.
– ¿Quiénes?
– La resistencia... Bueno, no importa. Vendrán por nosotros en unos minutos. No pruebes nada de lo que te den los guardias de la mañana, ¡nada!, ni agua. Espera a que oscurezca y te regresen a la celda, hasta entonces te comes lo que te pasen por debajo de la puerta, serán solo restos. Ahorita te van a vaciar, vas a quedar muy débil, ¡les dices! y si puedes haces como que te desmayas. Estos días «te van a cuidar», ya vieron que eres duro y eso les sirve.
– Pero, ¿sabes dónde estamos?, ¿quiénes son ellos?...
...
Una niña se arrojó sobre mis piernas, inmediatamente volteé y la miré con atención. Sus ojos eran dos lagunas profundas, su piel amarillenta, opaca. Me pidió agua. Entre el llanto y la súplica los hombres de uniforme escarlata la arrancaron de mí y con fuerza la metieron a un pequeño vehículo morado. Perturbado seguí caminando, los recuerdos eran más lúcidos. Veía mis manos sosteniendo unos aparatos de metal.
...
Los tres guardias entraron de golpe. Me levantaron del piso y me llevaron con ellos. Caminamos por un pasillo largo, doblamos a la izquierda y tres puertas después entramos a un espacio completamente blanco, amplio. Me aventaron, bruscamente caí en aquél albeante piso.
Llegaron varias personas de bata blanca y me llevaron a otra habitación en la cual, como me habían advertido, me vaciarían la sangre. Por la vena me conectaron a una manguera que succionó el líquido vital. constantemente revisaban mi presión. No hubo necesidad de fingir el desmayo, sucedió involuntariamente.
...
Caminé unos metros y a la derecha vi un callejón estrecho, giré. Al fondo de la callejuela, en un muro, había un espacio vacío. El único lugar sin propaganda del partido en kilómetros. Con locura extrema por mis pensamientos caóticos acerca del futuro y/o mi pasado, me acerqué tanto que la distancia entre mi nariz y aquella pared era lo único que nos alejaba. Quedé cautivado con la intensa simetría bilateral de la flor blanca pintada y en letras muy pequeñas una leyenda:
...
"Prefiero morir como un cobarde, que vivir cobardemente”
Volví a despertar en mi celda, pero esta vez sobre un peculiar colchón. Estaba completamente aseado, una especie de pijama color vino me cubría el cuerpo, al lado de mi movediza cama de agua, sobre la mesa, había una charola con quesos, pan con jalea de fresas y una papa horneada. Dudé en comerlo, pero el hambre no me permitió parar de morder desesperadamente.
-¡Te vendiste por migajas!
-¿De qué hablas?
-De tus comodidades. ¿Sabes cuántas personas murieron en esa celda?
Traumatismo abdominal, hematomas en la piel, asfixia por ahorcamiento, por sumersión, incluso por vómito, electrocusiones. ¿Y sabes por qué?, por no ser unas ratas como tú, ¿sabes que con lo que les dijiste están ahora mismo de cacería?
-Te juro que no abrí la boca, ni siquiera sabría qué decirles, ¡no recuerdo nada!, desperté en este hoyo de mierda, me llevaron a la habitación blanca, me dejaron sin sangre, después volví a despertar aquí, y ahora estoy hablando contigo, ¡Es lo único que sé!
-¡Mientes!, dijiste que te llamabas Emilio
-Y ese es mi nombre, me llamo Emilio Sosa Soto. Crecí en una granja cerca del sur. Mi madre se llama Dolores y tengo un hermano que falleció cuando niños, casi no convivimos. Conocí a mi padre a los 16 años, me dio trabajo en una carnicería. Me gustan las fresas y mi perro, Mac, murió en mis brazos.
¡Te juro que no recuerdo nada más!, no sé cuántos años tengo ni dónde vivo, no sé de secciones, no sé de la resistencia, mucho menos sé qué hago aquí.
¡No sé qué hice, no sé porque me golpearon con esa brutalidad!
-… Perdón... perdóname.
¿Mac, de qué murió?
-Quiso cruzar la reja de un laboratorio que estaba cerca de la granja, tenía púas y se quedó atorado. Era muy noche y como no llegaba a casa, salí a buscarlo. A lo lejos escuché que aullaba entonces seguí el sonido y lo encontré. Desenredé las púas lo más rápido que pude, fui muy cuidadoso, pero ya era tarde, había aguantado mucho. Creo que solo me estaba esperando para despedirse.
-Lo siento… Yo estoy aquí por mi hermanita, tenía diez cuando la trajeron. Nos dijeron que curaban el cáncer con un método alternativo que había sido poco experimentado, pero muy eficiente.
Una terapia biológica que detenía el crecimiento de células cancerosas. Estábamos desesperados y pobres. Teníamos tres trabajos entre mi papá y yo, aún así no alcanzaba para el tratamiento, por eso la trajimos.
No nos dejaron verla en meses, únicamente mandaban cartas en donde nos explicaban procedimientos que nunca entendimos y la recuperación solamente se alargaba. Después, además de las cartas, empezaron a mandar sobres con dinero. Sabía que algo no estaba bien y vine a ver qué pasaba, pero no me dejaron verla. Pude entrar rompiendo algunos alambres. Esperaba poder sobornar a uno de estos imbéciles...
La región quedó devastada después de la guerra. La bomba que usaron tenía un agente tóxico/contagioso que hizo reacción en los niños, todos enfermaron, algunos quedaron deformes, los demás murieron. «Subnormales», les decían los del partido. No había comida, mucho menos medicinas, la gente se moría de un resfriado o de una diarrea.
El dirigente, un radical de ultraderecha, quedó más loco al perder la guerra y por eso intensificaron la investigación de armas químicas. De otra región trajeron a un médico exiliado por experimentación genética. Él es el creador de La orquídea Púrpura, así se llama la cámara de dióxido de violeta donde metían a los niños.
Jamás lo voy a olvidar; vi como sacaban a siete, estaban quemados, con ampollas llenas de fluido violeta, sin carne, sin pelo… Aún tengo pesadillas con sus gritos de terror y a veces en mi sueños veo a mi hermanita pidiéndome ayuda. Nunca la encontré.
Ya hay muy pocos niños en la región, la orquídea exterminó a casi todos y ahora experimentan con todos; mujeres, ancianos, hombres jóvenes, nadie está a salvo. Por eso inicié un grupo de lucha.
Desde hace un año entrenamos dos o tres veces al día. Estudiamos los planos del edificio y de toda la región. los sabemos de memoria, estamos listos, por eso estoy aquí. De alguna manera hice que me encerraran, ¿sabes?, nuestra insignia también es una orquídea, pero blanca… No sé porqué te digo todo esto, ni siquiera sé si puedo confiar en ti…
-Hazlo, por favor…
Oírla hablar era hipnotizante, conocerla a través de sus relatos, de su voz, fue lo mejor de mi pobre vida. Rosario, estaba tan llena de fortaleza de valiente coraje, que con solo escucharla yo ya me sentía fuerte, capaz de enfrentar a los guardias, a la orquídea entera, al mundo. Me inyectaba vida, provocaba todo en mí: sudoración, taquicardia, mareo.
Mientras pensaba en todos esos síntomas irregulares y caía en cuenta del profundo amor que había desarrollado por ella, las imágenes empezaron a llegar; tenía una ensoñación recurrente, veía aparatos de metal en mis manos, los dejaba sobre una mesa y escribía en una lista, caminaba y salía de la habitación. El recuerdo seguía siendo muy borroso.
Rosario y yo seguimos hablando de nosotros por semanas, el hecho de que yo recordara muy poco de mi vida no me provocaba frustración en lo absoluto, tampoco era una barrera para seguirnos conociendo. Por momentos se nos olvidaba el encierro y fingíamos llevar una “vida normal”, hicimos muchos planes, deseábamos estar afuera juntos, poder mirarnos, tocarnos.
Teníamos un plan, yo seguiría asistiendo a la habitación blanca, colaboraría con los tratamientos, que unas veces eran más violentos que otras, y en algún momento de descuido, robaría las llaves de las celdas de los sacos de los guardias. Sería sencillo porque la gente de la orquídea usaba menos medidas de seguridad conmigo, sabían que no me resistía y que incluso cooperaba.
Los banquetes “de recompensa” que me daban después de los tratamientos eran, día a día, más vastos y deliciosos, las sobras de comida de las noches debajo de la puerta, dejaron de llegar.
Una noche me desperté al escuchar a Rosario en el pasillo, gritaba: “cerdos fascistas son unos cobardes”, mientras los guardias encendían y apagaban una manguera de la que salía agua a presión, la usaban con ella, intercalando los golpes en las costillas y los puntapiés en su rostro.
Nos habían descubierto. Abrieron la puerta de mi celda, temeroso salí, querían que viera el brutal y despiadado espectáculo. Ella, débil, seguía gritandoles con las pocas fuerzas que le quedaban, se reía cínicamente y en cuanto el agua dejaba de salir les escupía. Estaba completamente desarmada y vulnerable con la cara ya desfigurada por los golpes, llena de sangre. Uno de ellos la tomó con fuerza y la puso frente a mí, perdido en su rabia y sin dejar de golpearla, me preguntó que si paraban…
Yo decidí no hacer nada, me quedé pasmado al lado del quicio de la puerta. Ellos no se detuvieron. Tirada en el suelo, sin poder levantarse tarareaba:
“Prefiero morir como un cobarde, que vivir cobardemente”
Levantó la mirada y por última vez me vio , ella no derramó una sola lágrima.
Los guardias al terminar, se dieron media vuelta y empezaron a caminar dejándola en el piso, uno se detuvo, el más alto, giro el torso y me dijo:
Buenas noches, doctor Sosa.
...
Del cielo gris profundo, cayó una gota de lluvia sobre mi mano, la tormenta era inminente, miré hacia arriba…
Poco de consciencia me quedaba para autonombrarme un mal nacido. No tengo duda, en mi interior habita una franca maldad que se expande con violencia e incendia todo a mí alrededor.
Lo que nunca pude hacer, deseándolo tanto, fue pedirle perdón.
...
© 2021 Naza Gómez | Todos los derechos reservados
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